martes, 20 de agosto de 2013

Enseñar la ética del intercambio social

Por Maritchu Seitún 

Hoy, los adultos tenemos que ocuparnos de enseñar y ser modelos para nuestros hijos en algunos temas como nunca, cuestiones que antes los chicos aprendían sin que nadie hiciera un esfuerzo especial para lograrlo. Quiero referirme a uno de ellos: la ética del intercambio social. Hace no tanto tiempo, los chicos no invitaban a un amigo delante de otro, el invitado elegía los juegos, se aceptaba el primer programa y se rechazaban los siguientes aun cuando alguno fuera mucho más divertido. La primera comunión de la prima era un evento al que no se podía faltar, se invitaba a todos los compañeros a los cumpleaños, si los chicos más grandes no dejaban jugar a los más chiquitos se los mandaba a todos para adentro, etcétera. Las reglas estaban claras y nadie se preguntaba si eran justas o no, simplemente eran las reglas y todos se regían por las mismas. Llegaron aires permisivos de otros continentes, los niños se convirtieron de un día para el otro en su majestad el hijo, llenos de derechos, con pocos límites y menos obligaciones; los adultos empezamos a afanarnos para que nuestras criaturas no sufran y así fueron perdiendo vigencia esas reglas, antiguas y eficaces. Entonces resulta que hoy el dueño del auto (léase, el hijito de 4 años) entra primero al suyo y último al de la mamá de su amigo, el que invita elige el juego en su casa, todos los programas son cancelables e intercambiables por otro mejor, el pijama party se organiza de modo tal que cuantos más queden afuera, se enteren y sufran..., ¡mejor! No vivimos en la selva ni necesitamos enseñarles un sálvese quien pueda. Sí podemos ocuparnos, en cambio, de que nuestros hijos construyan una ética de la vida social. A veces no dan ganas, porque si lo hago yo sola mi hijo sufre: nunca juega a lo que él quiere porque en casa se adapta a lo que elige su invitado y en la casa del amigo a lo que impone el dueño? Pero sin llegar a ese extremo podemos encontrar un término medio entre la vieja arbitrariedad y el nuevo reinado de los niños para poner reglas desde el comienzo, a medida que vayan surgiendo los temas. ¿Por ejemplo? Aclararles que no hay que invitar a un chico delante de otro al que no quieren invitar, decirles que hay que aceptar la primera invitación y no cambiarla, instalar en ellos la práctica de hacer las invitaciones al pijama party por teléfono... Si no empezamos por nuestros hijos y dejamos que las cosas continúen así, iremos perdiendo el control y seguirán creciendo los casos de hostigamiento y abuso en los colegios. ¡Incluso están apareciendo en jardines de infantes! Mi propuesta entonces es que despacito, en la etapa en que empieza a organizarse en ellos la conciencia moral (que es a partir de los 4 o 5 años), nuestros hijos vayan conociendo y practicando la regla dorada: No hagas a otro lo que no quieras que te hagan a vos. No lo pueden hacer solos, los más chiquitos están demasiado centrados en sí mismos para darse cuenta de que sus palabras o acciones pueden lastimar a otros. Los adultos que los criamos estamos en la posición ideal para comprender sus deseos y delimitar sus palabras y acciones, de modo que vayan aprendiendo a ponerse en el lugar del otro y no hacer sufrir innecesariamente a ninguno. Y si nos encontramos un poco solos en esta tarea, sigamos adelante igual: en el camino, con seguridad, vamos a encontrar a otra gente que piense igual que nosotros y además vamos a promover un modelo que otros van a imitar, porque lo van a reconocer como bueno. Así, si muchos lo hacemos y otros nos siguen, veremos disminuir el hostigamiento para aumentar el compañerismo y la solidaridad entre lo chicos