miércoles, 27 de marzo de 2013

Se puede ser infantil y maduro a la vez


Sábado 19 de enero de 2013 La Nacion
"En nuestros chicos (y con un poco de suerte también en nosotros) conviven dos modos de ser y de acercarse al mundo y a las relaciones: uno infantil y otro maduro. El primero es irreflexivo, espontáneo, no tiene noción de tiempos, de espacio o de propiedad, se propone objetivos inmediatos, busca el placer y sólo puede ver su propio punto de vista, por lo que puede ofender, dañar a otros, o incluso hacer papelones: "Estás muy viejita", "tenés muchas arrugas", falta poco para que te mueras", o "ya tengo este autito que me regalaste", son frases que perfectamente podría decir un chiquito de 3 o 4 años a su abuela. Para ese modo infantil todo es "yo" y "ya". Pero también esa frescura le permite reírse a carcajadas, inventar juegos, moverse sin vergüenza, improvisar, pedir lo que necesita, crear, inventar, descubrir, bailar, jugar y andar despreocupado por la vida sin estar atentos. A veces, ni siquiera conocen los dictámenes del señor censor, ceñudo y criticón que suele dirigir la vida de nuestro segundo modo de ser: el adulto. Éste es sumamente responsable, serio, criterioso, reflexivo, pensante, con claras nociones de tiempo, espacio y propiedad, que puede esperar y frustrarse, esforzarse, trabajar en pos de objetivos no inmediatos, conoce las reglas del mundo y se atiene a ellas, y lo más importante: tiene en cuenta al otro ser humano que tiene cerca.
¿Cuál es el mejor? ¡La combinación de ambos! En los más chiquitos predomina el infantil pero, de la mano de padres que los aman y acompañan incondicionalmente siendo sus modelos de identificación (generosos, atentos, considerados, veraces), ellos van incorporando, internalizando esas pautas y desarrollando el modo de ser maduro al que todos deberíamos llegar.
En condiciones ideales, la modalidad infantil no se pierde sino que le va dando lugar a la madura sin desaparecer por completo, y es así como luego ese adulto puede comportarse civilizada y responsablemente sin perder la cualidad juguetona y espontánea de la infancia. Reírnos a carcajadas, darnos un buen baño de inmersión, comprar algodón de azúcar en la plaza y pegotearnos la nariz al comerlo, hacer pochoclo, jugar un picadito de fútbol entre amigos, charlar una tarde entera con una hermana, prender un fueguito, cantar, tocar un instrumento, pintar, hamacarse: cada uno sabe cómo mantener vivo a ese niño que tenemos dentro. Pero hacerlo no implica comportarnos de forma desadaptada o inmadura, sino acordarnos de disfrutar (y permitir que nuestros hijos lo hagan) de pequeñas cosas que nos llenan de energía para abordar con más fuerza nuestras tareas y responsabilidades. Haciendo caso a ese modo infantil, podemos salir a caminar bajo la lluvia en verano, despreocupándonos por un rato del peinado o la ropa mojada y... ¡qué placer hacerlo! También entrar a ducharnos y a ponernos ropa seca.
En algunos chicos se eterniza "el niño" que sigue queriendo vivir "a puro placer" y ser el ombligo del mundo de sus padres y de su entorno; mientras otros, en cambio, crecen muy pronto y abandonan el modo infantil convirtiéndose en adultos en miniatura. Son los que pierden la capacidad de reírse, de equivocarse, de asombrarse; se toman la vida muy seriamente, con el ceño fruncido y muy poca capacidad de disfrute.
El modo de ser adulto se mete en menos problemas, entiende más razones, es eficiente, trabajador y confiable, pero si sólo a él le damos lugar, es probable que nuestros hijos no quieran crecer, porque no vale la pena llegar a ser grandes si implica tantas renuncias. Permitamos entonces que nuestro niño aflore de a ratos y colaboremos para que nuestros hijos no escondan el suyo bajo siete llaves por miedo a nuestro rechazo, desilusión o enojo. Lo que de ninguna forma implica dejar de formarlos o educarlos"


ES IMPRESCINDIBLE NO SER IMPRESCINDIBLES

Queremos compartir  un nuevo artículo del pensador español Carlos Arroyo que fue publicado en el diario El País esta semana.

Seleccionamos este artículo porque expresa de manera clara el proceso de autonomización progresiva,  dónde el rol y posicionamiento del adulto es sumamente estratégico. Es una invitación a reflexionar y así permitirnos ir realizando ajustes que pueden ser buenos para padres e hijos. 

"Cómo maleducar siendo imprescindible"

Por:  | 25 de marzo de 2013
Para la buena educación de nuestros hijos es imprescindible no ser imprescindibles. Es una paradoja en bucle que esconde bajo su pulida superficie una de las grandes ideas de la educación, sobre todo cuando se sitúa en una dimensión temporal genuinamente educativa, de largo aliento, como corresponde al periodo crítico de la educación de los hijos, pongamos que sus dos primeras décadas de vida.
La podemos expresar de mil maneras, pero me animaré a hacerlo solo de una docena de formas. Nuestros hijos necesitan mucha ayuda para necesitar la mínima posible. Necesitan que les enseñemos a no necesitarnos. Necesitan depender de nosotros para llegar a ser independientes. Necesitan un sistema educativo articulado por otros para encontrar un camino personal que nadie deberá elegir por ellos. Necesitan encontrarse a sí mismos, pero no pueden hacerlo solos. Necesitan ejemplos para saber buscar los modelos en los que inspirarse. Necesitan de la motivación externa para alimentar un buen depósito de motivación interna. Necesitan verse obligados para hacer las cosas por sí mismos. Necesitan un control exterior menguante para poner en marcha un autocontrol creciente. Necesitan la crítica constructiva para explotar el tremendo poder de la autocrítica constructiva. Necesitan un lugar muy especial en la familia para encontrar luego su lugar en el mundo con otra familia. Necesitan aprender a dar lo que antes solo pedían.
Demos por un momento la vuelta a la moneda y enumeremos algunas cosas que no necesitan. No necesitan ayuda en aquello que pueden hacer por sí mismos. No necesitan que les hagamos dependientes de nosotros. No necesitan ser sustituidos por nosotros. No necesitan que les protejamos de sus propios e inevitables cambios. No necesitan ser llevados de la mano. No necesitan que les alejemos de su futuro sobreprotegiéndolos. No necesitan hacerse monodependientes de nuestros criterios o nuestras órdenes. No necesitan limitar sus reacciones a las ocasiones en las que nosotros les espoleamos, motivamos o regañamos. No necesitan ser tratados como si tuvieran 12 años cuando ya tienen 18. No necesitan protección contra la crítica constructiva y enriquecedora. No necesitan que les evitemos todos los sinsabores de la vida, a algunos de los cuales es mejor que se vayan habituando a no tardar mucho. No necesitan vivir envueltos en un celofán que muy pronto la vida irá rasgando sin mayores consideraciones.
El proceso que permite pasar de una orilla (infancia y adolescencia) a otra (juventud y madurez) es, naturalmente, evolutivo, gradual, no se trata de un acontecimiento singular, de un paso súbito delNo al  (o a la inversa), sino que lleva su tiempo y su esfuerzo, muchas veces realizado de forma consciente y premeditada.
Pero, además, la diversidad de las personas hace que nunca se arranque del mismo punto ni se llegue a idéntico lugar. Sucede que nos damos cuenta de que antes estábamos cerca de un punto y ahora estamos cerca de otro, sin que nos hayamos percatado bien de cómo ocurrió el cambio.
Cualquier padre y cualquier madre (y los hijos, por supuesto), saben lo complicado que es desenvolverse adecuadamente en ese proceso educativo y de crecimiento personal que conduce a una sólida autonomía individual.
Lo curioso es que, cuando analizamos a los hijos ajenos o a sus padres, las cosas están meridianamente claras.No hay nada más fácil que educar a los hijos de los demás. O, mejor dicho, saber cómo habría que educar a los hijos de los demás. Como dicen los jóvenes, "eso está tirao". Los defectos, los problemas y las desviaciones se aprecian como si estuvieran rabiosamente subrayadas con marcador amarillo.
Pero todo se disuelve cuando se trata de los nuestros. Esa especie de detector de metales que tenemos con los hijos ajenos se nos avería con los nuestros un día sí y otro no. Nuestra implicación emocional nos dificulta enormemente la toma de decisiones convenientes. Lo que antes era negro sobre blanco es ahora una mancha grisácea en la que no acertamos a distinguir las líneas básicas. A menudo sospechamos, o incluso sabemos, que algo es lo correcto, pero no somos capaces de hacerlo porque nos dejamos llevar por consideraciones no muy racionales.
Por eso debemos preguntarnos: ¿Queremos unos hijos dependientes o autónomos? ¿Desvalidos o autosuficientes? ¿Sin resortes adaptativos o con capacidad de adaptación? ¿Presos de las situaciones o con libertad de actuación?
Contestemos estas preguntas con sinceridad y volvamos al principio para recordar que ayudar a desarrollarse a nuestros hijos debería ser entendido, en términos operativos, como ayudarles cada vez menos.
Pongamos un ejemplo esquemático. Los bebés necesitan que les demos la comida y no podrían sobrevivir de otro modo; los niños solo necesitan que se la preparemos y difícilmente se alimentarían bien por sí mismos; los jóvenes prefieren que se la preparemos, pero podrían valerse solos; y los adultos no necesitamos que nadie nos la prepare, salvo excepciones que van siendo prehistóricas.
Aunque la cobertura de necesidades crea hábito, no es lo mismo necesitar algo que estar acostumbrado a ello y disfrutarlo o exigirlo. En el caso de nuestra relación con los jóvenes, la identificación de necesidad y costumbre es un error que tiene consecuencias educativas.
La pregunta clave es cuándo dar el salto (o los pequeños avances). ¿Cuándo cambiar esto, empezar con aquello, dejar de hacer lo otro? Porque no todo es tan evidente. Y, lógicamente, no hay una respuesta sencilla y universal, pero me gustaría señalar tres grandes problemas cuya frecuencia obliga a incorporarlos a la reflexión individual de cada uno:
  1. Inercia. Los padres en general, y las madres en particular, suelen tener mucha inercia para asumir los cambios. Tienden a retrasarlos más de la cuenta creyendo que así los protegen de no se sabe qué (En mi opinión, por ejemplo, debería ser imprescindible que un chico o una chica de 16-18 años se desenvuelvan en la cocina con cosas sencillas, pero aún es frecuente que sean dependientes de sus madres).
  2. Autochantaje emocional. Ser imprescindibles para nuestros hijos conlleva una indudable carga, pero también una enorme gratificación emocional, a la que especialmente son muy sensibles las madres. Es bueno que nos cuestionemos: ¿hago esto porque me gusta a mí (o incluso solo porque no me cuesta trabajo) o porque realmente le conviene a mi hijo? Y más aún, frecuentemente somos víctimas de una especie de chantaje emocional que ni siquiera necesitan poner en práctica los hijos, porque nos valemos por nosotros mismos: creer que no hacer algo por los hijos es ser malos padres. Puede ser un gran error. Deberíamos preguntarnos: ¿lo que no quiero hacer sería bueno para ellos? Si no es bueno, ni es por pereza o por ninguna otra razón negativa, seguramente es en su propio beneficio. Luego no deberíamos sentirnos mal.
  3. Adultos-niños. Los hijos atraviesan, a partir de los 16-17 años, una época complicada de entender, que podemos denominar de adultos-niños (adultos para unas cosas y niños para otras). Infinidad de veces, los padres no saben a quién tienen delante, si al adulto o al niño, y se sienten desorientados por esa aleación evolutiva inasible. Los hijos están pasando de una fase en la que no eran tan sensibles respecto a su propia independencia a otra en la que su sensibilidad se agudiza hasta un punto irritante para los padres protectores. Por el contrario, no ocurre lo mismo con su disponibilidad a asumir responsabilidades y tareas, en lo que se quedan muy atrás. Pues bien, ese es el momento de que los padres asocien ambos procesos: "Sí hijo, tienes más libertad, pero también más responsabilidad. Puedes elegir la ropa que te dé la gana, pero la cuidas y te la planchas. Tienes paga mensual, pero si te la gastas el día 10, te quedan 20 días sin dinero. Eliges carrera sin que nadie te fuerce, pero no esperes que yo te haga los trámites". ¿Parece fácil? A la mayoría de los padres y madres les cuesta mucho, se muestran incapaces de cambiar de registro y pasar a un relativo segundo plano en el sistema de navegación de sus hijos. Pero hacerlo es lo mejor.
No olvidemos que, nos guste o no, la vida de los hijos cuando se liberan de sus padres experimenta un impulso de aprendizaje vital y un enriquecimiento personal extraordinario, cosa que a algunas padres y madres, secuestrados por su propia inseguridad, les da tanto vértigo que no pueden asumirlo.
Que eso se viva como una pérdida es tan comprensible desde el punto de vista personal, como educativamente equivocado.

lunes, 25 de marzo de 2013

Cómo cuidar a nuestros hijos en Internet

El control parental de los niños en Internet se convirtió en un tema importante debido a la larga lista de casos que involucran a adultos con intenciones aviesas que usan las comunidades virtuales para conocer a jóvenes víctimas. Al mismo tiempo, Internet constituye hoy en día una importante herramienta para el desarrollo de los chicos, como fuente de entretenimiento, comunicación, conocimiento y estudio. Pero su uso por parte de menores necesita de ciertas precauciones, ante los riesgos potenciales que incluyen sitios sobre pornografía, drogas, alcohol, violencia, racismo, xenofobia o la invasión de plagas digitales como virus y “pescadores” de claves personales.
Cada vez son más los padres interesados supervisar los contenidos a los que pueden acceder sus hijos a través de Internet. Y para ello existen los denominados "controles parentales" o "suites de seguridad".
En líneas generales, se trata de programas o aplicaciones que incorporan una "lista negra" de sitios web y palabras vetadas, que impiden el acceso a determinadas páginas web.
Hay diferentes tipos de controles de navegación de este tipo, pero a grandes rasgos se destacan:
Listas blancas y negras: el sistema permite generar una lista de sitos a los que el menor tiene autorizado acceder (lista blanca) o bien permitir la navegación en general exceptuando páginas explícitamente denegadas (listas negras).
Bloqueo por palabras clave: en este caso la herramienta admite establecer filtros e impedirá en forma automática el ingreso a los sitios que contengan determinadas términos o categorías. En algunos casos pueden establecerse criterios y bloquear las páginas que repitan una misma palabra una determinada cantidad de veces.
Bloqueo de aplicaciones: posibilita que se deniegue el uso a ciertas aplicaciones, como por ejemplo fotolog, chat, mensajería instantánea o correo electrónico.
Controles de tiempo: esta herramienta limita la cantidad de tiempo que un chico puede utilizar la computadora o conectarse a la web. Pero también permite establecer horarios en los que se autoriza dicho uso.
Navegadores infantiles: funcionan en forma similar a las listas blancas pero con control enfocado a una categoría. Así, sólo autoriza el ingreso a páginas adecuadas para menores, además de incluir un diseño más atractivo para ese público.
Bloqueo de pedidos de información: son aplicaciones que impiden revelar información personal, ya sea en formularios, hojas de registro, sitios de compras, chats y correo electrónico, entre otros.
Además de estas herramientas de control, existe otras que son de monitoreo. En ese caso no impiden el acceso los sitios, pero deja un registro de las páginas por las que se estuvo navegando, que luego pueden ser consultadas para advertir si repiten parámetros peligrosos para los más pequeños.
Si bien muchas de estas aplicaciones o programas pueden comprarse o bajarse en forma gratuita de la web, y luego instalarse en la computadora, también hay herramientas de control de acceso que pueden ser proporcionadas por el propio proveedor del servicio en forma adicional o sin costo.
Por supuesto, debe recordarse que estas herramientas no son 100 por ciento efectivas y que muchos chicos investigan la manera en que pueden saltarse los controles. Por ello, se aconseja sobre todo acompañar a los chicos en su utilización de Internet y charlar con ellos abiertamente al respecto.
A continuación encontrarán algunos links que los ayudarán a proteger a sus hijos y favorecer una navegación segura en Internet:
Guía de Facebook para padres:

Recursos de Facebook para deunciar bullyinghttps://www.facebook.com/help/420576171311103/

viernes, 22 de marzo de 2013

Cambridge Exams Primary School



El Colegio desea felicitar a los alumnos de la Escuela Primaria por su excelente desempeño en los exámenes de la Universidad de Cambrigde rendidos en 2012. Todos los alumnos de 6º EP, quienes rindieron el examen KET, como los de 4º EP, quienes rindieron los exámenes Starters y Movers, resultaron aprobados. Una amplia mayoría obtuvo además menciones especiales por su muy buen dominio de la lengua inglesa, hecho que nos llena de orgullo y satisfacción.

A todos ellos, hacemos llegar las felicitaciones y el afectuoso saludo del cuerpo docente y el equipo directivo: Congratulations!

miércoles, 6 de marzo de 2013

Tiempo de renegociar con los chicos

Con este interesante texto inauguramos nuestra sección "Reflexiones para padres". Encontrará la etiqueta correspondiente a la misma en el panel derecho del blog.

El siguiente arículo de Maritchu Seitun pertenece a la edición de La Nación del  sábado 2 de marzo de 2013 y contiene interesante reflexiones sobre el regres a las aulas.

"¿Terminaron las vacaciones? ¡o el período de exámenes complementarios de nuestras criaturitas! Ya es tiempo de clases. Uniformes o guardapolvos recién comprados, o lavados y planchados, zapatos lustrados, mochilas preparadas.
Adultos y chicos tenemos sentimientos muy contradictorios: estamos contentos, a todos se nos organiza la vida, ellos querían ver nuevamente a sus amigos, estrenar los cuadernos, ver si entró un compañero nuevo o qué maestra les tocaba. Al mismo tiempo, nos cuesta soltar el ritmo de las vacaciones: hay que levantarse otra vez temprano y estar preparados a tiempo, sin dejar la tarea arriba del escritorio, la plata para el almuerzo o la vianda, o el uniforme de deporte. Se acabó la calma. Cada minuto vale y no se puede desperdiciar, ¡cuando ayer podíamos estar en pijama hasta las 11!
Ojalá los chicos tuvieran un botón que pudiéramos apretar que los pusiera en función clases ovacaciones , como hacemos con el termostato de la caldera cuando lo pasamos de verano ainvierno apenas empieza el frío.
Como no existe, siempre conviene prepararse desde unos días antes, conversar del tema, organizar con ellos las mochilas y hacer alguna visita al colegio, buscar la ropa, empezar a despertarlos un rato antes y que también se acuesten un poco más temprano. Esas charlas y acomodaciones hacen más sencilla la transición. Cuanto más chiquitos, más importantes son las anticipaciones de modo que el cambio no sea tan abrupto y esté un poco trabajado cuando llega el primer día de clase.
Y vale la pena también tomarnos estas primeras semanas con tranquilidad, luchar contra el natural deseo de los chicos de seguir con el ritmo de invitaciones/televisión/programas del verano. Proponernos y proponerles volver a casa y quedarnos allí. Los primeros días son muy cansadores para todos, sería ideal que las actividades extraescolares empezaran unos días más tarde. No pueden pasar de no hacer nada a tener diez horas de cada día ocupadas sin, por lo menos, unos días de transición.
Este es el mejor momento para poner reglas o hacer convenios, renegociar los de años anteriores, revisar sus derechos y obligaciones. Los chicos crecen, sus deseos y necesidades cambian, ¡y los nuestros también! Las invitaciones, los horarios, lo que esperamos de ellos, las tareas, qué pasa si traen materias bajas en el boletín o si se las llevan a examen a fin de año.
El comienzo del año escolar es una excelente oportunidad para que sepan a qué atenerse desde el primer día, desde los más sencillos como no invitamos amigos de lunes a jueves , o el tiempo de televisión o computadora, los horarios de hacer tareas, baño y comida, hasta los más complejos como a las 10 se apaga la compu , o lo que va a ocurrir si traen materias abajo en el primer boletín. Cada edad tendrá sus reglas y convenios, que también pueden variar según la fortaleza del yo, la responsabilidad o la confiabilidad que demuestre nuestro hijo; esto no implica un castigo, sino cuidarlos a cada uno como creemos que necesitan. Puede que a alguno lo dejemos andar solo en transporte público a los 11 porque lo vemos preparado, y su hermano tenga que espera hasta los 14 para hacerlo.
Aunque podríamos dejar estas reglas o convenios para más adelante, ante el boletín lleno de malas notas o tras muchas peleas por la hora de ir a la cama; conviene aprovechar la oportunidad que nos ofrecen estos días en que todos estamos aún armando la agenda, repasando y revisando el año que pasó y planeando un 2013 con menos contratiempos. Y así ellos no van a poder decirnos¡¡¡ no me avisaste!!!"